“Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” Salmos 11:3.

Las sociedades no cambian por la restauración de sus estructuras e instituciones, sino por la integridad de sus ciudadanos. Los fariseos, que esperaban cambios estructurales portentosos, fueron incapaces de reconocer que el Reino de Dios ya estaba entre ellos, operando en el corazón de aquellos que habían creído en el Mesías Jesús (Mateo 12:26). Por lo tanto, si deseamos ver cambios reales a nuestro alrededor, debemos comenzar con nuestro propio corazón. No es nuestro conyugue el que debe cambiar, ni nuestros hijos, ni la iglesia, o la sociedad decadente en la que estamos, sino nosotros mismos.

Preocuparnos por la paja del ojo ajeno cuando tenemos una viga ante el nuestro siempre ha sido muy humano. No hay sociedad ni individuo que no padezca de esta ilusión óptica. Por eso, la primera obra del Espíritu de Dios es llevarnos a reconocer que el mayor problema son los escombros que pesan sobre nuestro agobiado corazón. Y esta humildad es el principio de toda restauración. Cuando confesamos nuestro pecado, y lo llevamos a los pies de la cruz, dejamos de ser escombro y nos convertimos en puertas, muros y murallas. El hombre arrepentido es un hombre que restaura, que edifica.

Por lo tanto, amigo, comienza quitando los escombros de tu propio corazón. Mediante la sabia aplicación de la verdad bíblica, el Señor Jesucristo se encargará de restaurar tu alma herida. Él perdona nuestros pecados y nos limpia de todo mal. Él es poderoso para comenzar un nuevo edificio en tu vida. Deja de mirar los escombros que te rodean, abandona la crítica juiciosa de lo que ves a tu alrededor, y encárgate de ser, tú mismo, el hombre que se establece como muro y muralla en medio a esta generación.


Pedro Blois

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