ENERO 13

«Eres grande Señor, y muy digno de alabanza. Grande eres tú, Señor, y de gran fuerza. No tiene medida tu saber. Y el hombre se atreve a alabarte, precisamente él, que es una pequeña parte de tu creación. Él, que va revestido de su mortalidad, que tiene conciencia de su pecado y sabe que resistes a los soberbios. Y, sin embargo, quiere alabarte el hombre, esa partecilla de tu creación. Pues eres tú el que le despierta y le mueve para que se deleite en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón anda siempre desasosegado hasta que se aquiete y descanse en ti.

Concédeme, Señor, saber y entender cuál de estas dos cosas es la primera: invocarte o alabarte. O si debo conocerte antes de invocarte. ¿Pero cómo te invocará el que no te conoce? Pues si no te conoce, podrá invocar una cosa por otra. ¿O es que se te invoca para conocerte? ¿Pero cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? O ¿cómo creerán si no tienen quién les predique?

Sí, los que buscan al Señor le alabarán, porque ellos le hallarán y hallándole le alabarán.

Te buscaré, Señor, con mi invocación y creeré en ti a medida que te invoco, pues ya nos fuiste anunciado. Es mi fe la que te invoca, Señor. La fe que me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador.»

Agustín de Hipona, Confesiones (Madrid: Alianza Editorial, 2015), p.31-32.