Creo en la perseverancia final de los santos. Creo que los verdaderos creyentes son guardados por el Padre, a través del Espíritu Santo, quien les sostiene en la fe de Jesucristo, de modo que permanecen hasta el final. Esta es la clara enseñanza del Escrituras. Como afirma el apóstol Pablo: “…el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil.1:6b). La perseverancia final es un don de Dios que siempre acompaña a la fe salvadora.
Dicho esto, este don jamás está desconectado de la férrea permanencia del creyente en la senda de la fe. Quiero decir: nadie puede descansar seguro en la perseverancia final si no permanece firme en la senda de Jesucristo. Si no luchamos a cada día contra el pecado, si no mortificamos la carne y padecemos activamente por causa de Jesucristo, si no ponemos todo nuestro empeño en ello, no tenemos el derecho bíblico de descansar en el cuidado del Padre. Las palabras de Jesucristo son contundentes en este sentido: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mateo 10:22).
Concluyo afirmando que la doctrina de la perseverancia final no es el bálsamo del perezoso e inconstante, sino el tónico para el que experimenta su constante debilidad y torpeza en el fragor de la batalla. Cuando el temor a claudicar se apodera del santo en combate, cuando las armas del enemigo le parecen invencibles, escucha la potente voz de su Padre que le dice: “¡Yo te sostengo hasta el final!”; y, al oírla, ¡permanece firme en la batalla!