“Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; 13y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos. 14Esto fue revelado a mis oídos de parte de Jehová de los ejércitos: Que este pecado no os será perdonado hasta que muráis, dice el Señor, Jehová de los ejércitos.” Isaías 22:12-14.
¡Qué siga la fiesta! El buen judío pedía otra copa sin percatarse de que el juicio estaba a las puertas. Tocaba llorar y arrepentirse, pero el ciudadano confiado pensaba que era mejor resistir, que el jolgorio debía continuar (…). Esta es la marca de una sociedad hedonista, de conciencia cauterizada. Para esta disposición de corazón – afirma el profeta Isaías – no hay perdón. Lejos de toda posibilidad de arrepentimiento, el idolátrico empedernido pierde el último tren de la profecía, la última oportunidad de humillarse delante de Dios.
El problema es que Isaías destinaba su profecía ¡al pueblo de Dios! Eran ellos – el Reino de Judá – los que tenían que humillarse y confesar sus pecados. Pero sus corazones estaban tan engrosados con lo que el apóstol Juan llamó amor al mundo, que fueron incapaces de arrepentirse. Su reacción a los juicios divinos era la de resistir, porque la vida tenía que continuar. En palabras del profeta, semejante pecado “no os será perdonado…”.
Vivimos días de pandemia. El Dios Altísimo, profetizado por Isaías, desnuda su brazo de poder para quebrantar a las naciones y disciplinar a su iglesia. ¿Te has detenido a llorar? ¿Has confesado tus pecados? ¡No pierdas el tiempo del arrepentimiento! ¡No dejes pasar el día del llanto! Puede que hasta aquí sólo hayas querido seguir adelante, resistiendo. ¡Estás a tiempo! Humíllate delante de Dios, confiesa tus pecados, los de tu casa, tu iglesia y nación. Ruega que la misericordia de Dios te limpie del amor al mundo y te incline gozoso al amor del Padre.
“Bienaventurados los que llorar, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). ¡Esta es la promesa de Jesucristo! Si al que no llora le espera el juicio irredimible, los santos pueden llorar con gozo – ¡vaya paradoja! –, porque cada una de sus lágrimas está llena de consuelo y redención; ellas son el preludio del perdón y la vida eterna.
¡No pierdas el tren del arrepentimiento! ¡No dejes pasar el día de llorar!