En su libro Lutero y la vida cristiana: Cruz y libertad, Carl Trueman explica la influencia que el nominalismo del medioevo tardío – especialmente por Guillermo de Ockham – tuvo sobre la teología de Martín Lutero.
Afín al postmodernismo de nuestra época, el nominalismo consideraba que no existe una naturaleza innata que defina la realidad; algo así como una naturaleza perruna general que se aplique a todo perro. Antes, son las palabras las que crean la realidad. Lutero estaba de acuerdo; pero a diferencia del postmodernismo actual, Lutero creía que es la Palabra de Dios, y no la del hombre, la que crea y define todas las cosas (Sal 33:6; Jn 1:1-3; Heb 1:1-3). Para Lutero, la Palabra de Dios es dinámica, poderosa, creativa.
Esta visión de Lutero tuvo una influencia profunda en su acercamiento al estudio y a la predicación de las Escrituras. Según el reformador, la Biblia no sólo enseña la voluntad de Dios, sino que la produce en nuestras vidas. Esta es la palabra que “llama lo que no es a existencia” (Rom 4:17); ella es “la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tes 2:13). Por lo tanto, las palabras del predicador – cuando se ajustan a las Escrituras – no solamente están impartiendo conocimiento de la verdad, sino que están creando la voluntad divina en sus oyentes. Y lo mismo puede decirse de la lectura diaria de la Biblia. Cada vez que abrimos la Biblia lo hacemos para depararnos con el poder divino, para adentrarnos en el terreno en el que Dios actúa con su poder creativo obrando en nosotros su querer. Este es un incentivo poderoso para que abramos nuestra Biblia todos los días y nos expongamos a la predicación de la Palabra.
Pedro Blois