No sabemos si el descuido de las viudas de entre los helenos fue deliberado (Hechos 6). Prefiero pensar que no. De todos modos, este descuido pone en evidencia el peligro de la discriminación en la iglesia local.
Todos, en alguna medida, debemos lidiar con esta forma de pecado en nuestros corazones. Ella viene de la disposición natural de establecer nuestra identidad en nuestra condición sociocultural, por la que despreciamos a unos y envidiamos a otros, según los consideremos por debajo o por encima de nosotros.
¿Cómo combatir la discriminación? El único modo de hacerlo es el evangelio. Una identidad basada en el evangelio igualará a la iglesia en dos verdades fundamentales: pecado y gracia. Todos somos pecadores. Todo dependemos por competo de la gracia de Cristo. A partir de estos dos fundamentos, podemos reconocer y disfrutar de la diversidad que Dios ha establecido en el ámbito de lo creado, tanto en términos naturales – distintos dones y habilidades – como culturales – idiomas, costumbres, comidas, etc.
Solamente el evangelio puede romper la raíz de la discriminación, llevarnos a disfrutar de la diversidad del Cuerpo de Cristo, y enseñarnos a relacionarnos unos con otros en amor. Algunas preguntas que debemos hacernos: ¿me acerco a gentes de otras culturas en mi iglesia local? ¿Les sirvo en amor? ¿Hago un esfuerzo sincero por entender su cultura y amar sus costumbres? Esto pondrá en evidencia cuán profunda ha sido la obra del evangelio en nuestros corazones. En una cultura que quiere diversidad sin coste alguno – sin el precio que hay que pagar para disfrutarla – la iglesia debe mostrar la diversidad que emana de la cruz.
Pedro Blois