R.C. Sproul sobre «la depravación total».
Como mencionamos en el capítulo anterior, un tema común de debate entre los teólogos radica en la cuestión de si los seres humanos son básicamente buenos o básicamente malos. Esta cuestión gira en torno a la palabra básicamente. Existe un consenso prácticamente universal de que nadie es perfecto. Todos aceptamos la máxima de que «errar es humano«.
La Biblia nos dice qué «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios«. A pesar de este veredicto sobre las limitaciones de los humanos, nuestra cultura, dominada por el humanismo, persiste en creer que el pecado es algo periférico o tangencial a nuestra naturaleza. No obstante, tenemos fallas por causa del pecado. Nuestros registros morales exhiben manchas. Pero de algún modo pensamos que nuestra maldad reside en la periferia de nuestro carácter, apenas lo roza, y nunca puede penetrar a nuestro centro interior. Se supone, básicamente, que las personas son inherentemente buenas.
Después de haber sido liberado de su cautiverio en Iraq y haber experimentado de primera mano la corrupción de los métodos de Saddam Hussein, uno de los rehenes declaró: «A pesar de todo lo que padecí, nunca perdí mi confianza en la bondad básica de las personas«. Es posible que este punto de vista descanse en parte en una escala variable de relativa bondad o maldad de la gente. Es obvio que algunas personas son más malvadas que otras. Al lado de Saddam Hussein o Adolfo Hitler, cualquier pecador del montón se parece a un santo. Pero si elevamos nuestra mirada hacia el estándar supremo de bondad – el carácter santo de Dios – nos damos cuenta de que lo que se presenta como una bondad en un nivel terrenal es corrupto hasta la cabeza.
La Biblia nos enseña la total depravación de la raza humana. La depravación total significa la corrupción radical. Debemos tener cuidado de observar la diferencia que existe entre la depravación total y la depravación completa. Ser completamente depravados es ser tan malos como es posible ser. Hitler era extremadamente depravado, pero podría haber sido todavía peor. Yo soy un pecador. Pero podría pecar más a menudo y mis pecados podrían ser más graves que los que peco en realidad. No hago cosas completamente depravadas, pero sí soy totalmente depravado. La depravación total significa que yo y todos los demás somos depravados o corruptos en todo nuestro ser. No hay ninguna parte de nosotros que no haya sido alcanzada por el pecado. Nuestras mentes, nuestras voluntades, y nuestros cuerpos se han visto afectados por el mal. Hablamos palabras pecaminosas, desarrollamos acciones pecaminosas, tenemos pensamientos impuros. Nuestros propios cuerpos padecen los estragos del pecado.
Posiblemente la expresión corrupción radical sea más feliz que la expresión «depravación total» para describir nuestra condición caída. Utilizo la palabra radical no tanto como sinónimo de «extremo» sino en el sentido de su significado original. La palabra radical proviene de la palabra latina que significa «raíz«. Nuestro problema con el pecado es que está radicado en el centro de nuestro ser. Cala en lo profundo de nuestros corazones. Debido a que el pecado está en lo más profundo de nuestro ser y no simplemente en el exterior de nuestras vidas es que la Biblia dice:
No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Por causa de esta condición se escucha el veredicto de la Escritura: estamos «muertos en delitos y pecados«; hemos sido «vendidos al pecado»; hemos sido llevados «cautivos a la ley del pecado» y somos «por naturaleza hijos de ira». Solamente el poder vivificador del Espíritu Santo puede sacarnos de este estado de muerte espiritual. Es Dios quien nos vuelve a la vida mientras nos convierte en hechura suya.
Texto tomado integralmente de la web: Hombre Reformado