En el siguiente texto encontramos un breve resumen de los escritos de Calvino sobre el primer mandamiento. Extraído de la Institución de la religión cristiana:
“Después de haber fundamentado y establecido la autoridad de su Ley, da el primer mandamiento; a saber, que no tengamos dioses ajenos delante de El.
El fin de este mandamiento es que Dios quiere tener Él solo preeminencia en su pueblo y desea gozar por completo de su privilegio. Para conseguirlo, quiere que cualquier impiedad o superstición que pueda oscurecer o menoscabar la gloria de su divinidad esté muy lejos de nosotros; y por la misma causa manda que le adoremos y honremos con el verdadero afecto de la religión, que es lo que significan casi las simples palabras. Porque no podemos tenerle por Dios sin que a la vez le atribuyamos las cosas que le pertenecen y son propias de El. Así que al prohibirnos que no tengamos dioses ajenos, quiere darnos a entender que no atribuyamos a otro lo que le pertenece a Él como derecho exclusivo.
Aunque las cosas que debemos a Dios son innumerables, sin embargo se pueden muy bien reducir a cuatro puntos principales; a saber: adoración — la cual lleva consigo el servicio espiritual de la conciencia —, confianza, invocación y acción de gracias.
Entiendo por adoración, la veneración y culto que cada uno de nosotros le da cuando se somete a su grandeza; y por ello, no sin razón, pongo como una parte de la misma someter nuestras conciencias a su Ley.
Confianza es una seguridad de corazón que tenemos en Él, al darnos cuenta de las virtudes que posee, cuando, atribuyéndole toda sabiduría, justicia, potencia, verdad y bondad nos tenemos por bienaventurados simplemente con poder comunicar y participar de El.
Invocación es el recurso que en El encuentra nuestra alma, como su única esperanza, siempre que se ve oprimida por alguna necesidad.
Acción de gracias es la gratitud por la cual se le tributa la debida alabanza por todos los bienes que nos ha dado […]
Lo que luego añade: “delante de mí”, es para poner más de relieve la gravedad del crimen. Porque, cada vez que en lugar de Dios introducirnos nuestras invenciones, le provocamos a mayores celos; igual que si una mujer sin pudor para más provocar el despecho de su marido, se muestra complaciente con su amante en presencia de su propio marido. Habiendo, pues, Dios atestiguado con la presencia de su gracia, y de su virtud, que miraba con predilección al pueblo que se habla elegido, para apartarlo más y más de todo error y que no abandonase a su Dios, afirma que no es posible admitir nuevos dioses sin que Él vea tal impiedad y sea testigo de ella. Porque la impiedad cobra mayor osadía, pensando que puede engañar a Dios con sus subterfugios y excusas. Mas el Señor, por el contrario, asegura que todo cuanto nos imaginamos, intentamos y hacemos, lo ve Él con perfecta claridad”.
Institución de la religión cristiana II.VIII.16 (p. 272-273).
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