- Predicador:
- Pr. Pedro Blois
- Libro:
- Hebreos
- Fecha:
- 31/10/2021
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HEBREOS 12:1-13
INTRODUCCION
(i) En estos versículos aprendemos que la vida cristiana es una carrera en la que contamos con la disciplina del Padre. En efecto, el propósito del esta porción bíblica – en consonancia con toda la epístola – es animarnos a perseverar en la carrera sabiendo que el Padre no ceja en su empeño… que Él no nos suelta en medio del trayecto… que contamos con Su disciplina.
Así leemos en los v.12-13: “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; 13y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.” (Is.35:3; Pr.4:4:26).
(ii) De modo que nos acercamos a estos versículos para considerar: en primer lugar, la vida cristiana como una carrera (v.1-4); y a seguir – donde estaremos más tiempo – la disciplina del Padre (v.5-13).
(iii) ¿Por qué deberías estar atento a este sermón?
Porque, como veremos, la disciplina del Padre es necesaria e inevitable en la vida de los santos, y pocas cosas son más importantes que tener una disposición de corazón correcta bajo la mano del Padre. No dudo en afirmar que la perseverancia, y el crecimiento de la fe, dependen de ello.
LA VIDA CRISTIANA COMO UNA CARRERA
Lo primero que aprendemos en estos versículos es que la vida cristiana – tal y como la experimentamos de este lado de la eternidad – es una carrera.
Y la imagen aquí no es la de los 100 metros planos.
Más bien es un maratón de largo recorrido, de aquellos que no exigen tanto una potencia de corto alcance, como la paciencia y resistencia propia de las largas distancias. De ahí que se nos llame a correr con paciencia.
Leemos:
“…y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante…” (v.1c).
No se trata del crecimiento puntual de un día, o de una temporada, sino del peregrinar de toda una vida… de la fidelidad que se mantiene en el tiempo.
El conocimiento de Dios, el crecimiento en el carácter de Jesucristo y la excelencia de servir al prójimo en amor, exigen la paciencia y la perseverancia de un atleta… de aquel que sabe que los resultados vendrán progresivamente, mientras avanza con humildad hacia la meta.
¿CÓMO DEBEMOS CORRER ESTA CARRERA?
- En primer lugar, considerando a la nube de testigos que nos preceden, de quienes tenemos registro en las Escrituras. Leemos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos… corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (v.1a).
Aquí el autor se refiere a los hombres de fe citados en el capítulo 11. Allí leemos acerca de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sarah, Moisés, entre otros; y se destaca la perseverancia de la fe de cada uno de ellos.
Hermanos, hay ocasiones en la vida cristiana en la que nos parecerá que las demandas del Padre son imposibles, que el camino dictaminado por Él sólo podría ser transitado por súper-hombres. Pero, entonces, Él nos dice:
¡Lee la Biblia!
Allí verás hombres tan débiles, pecadores y ordinarios como nosotros, perseverando en la fe hasta el final. Si bien la Escritura no esconde sus defectos, nos los presenta como hombres que fueron fieles al Señor, y cuya fe obtuvo su recompensa. ¡Lee sus historias! ¡Medita en su peregrinar!
Lee de corrido las narrativas del Antiguo Testamento recordando que el Dios de estos preciosos hombres es tu Dios, y que su trato para con tu vida no será diferente… esto te llenará de santo temor y de mucha esperanza.
Destaco – en segundo plano – la importancia de leer buenas biografías y de estar atentos a los ejemplos de quienes corren junto a nosotros. Obs.: sobre el comienzo de la tradición del día de todos los santos.
2. Lo segundo que aprendemos es la importancia de despojarnos del “peso” y del “pecado” que nos asedia en el transcurso de la carrera. Leemos:
“…despojémonos de todo el peso y del pecado que nos asedia” (v.1b).
Debemos despojarnos de una serie de estorbos si es que vamos a correr adecuadamente esta carrera. No es posible correrla como es debido sin despojarse a diario de estos dos elementos: “peso y pecado”.
a. Por un lado, tenemos diversos pesos que nos estorban en el camino. Esto me hace recordar las palabras del Señor, cuando dice:
“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” Lucas 21:34.
En la parábola del sembrador, al hablar de la tierra entre espinos:
“Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” Mr 4:18-19.
b. Por otro lado, encontramos la realidad propia del pecado. Habrá movimientos contrarios a la voluntad divina que militen en nuestros miembros, mientras proseguimos en nuestro peregrinar (…).
Son una verdadera molestia. No los querríamos ahí dentro. Pero mientras estemos de este lado de la eternidad, ahí estarán… y tendremos que hacerles guerra… tendremos que despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo (Colosenses 3)… esas son las ropas adecuadas para correr.
iii. Puestos los ojos en Jesús (v.2-4).
Lo más importante acerca de esta carrera es que debemos correrla puestos nuestros ojos en Jesús. Y debemos ver a Jesús de dos modos: a. Como el autor y consumador de la fe; b. Como nuestro ejemplo en la carrera.
Como autor y consumador de la fe (v.2a) Él es nuestro refugio y garante. Sabemos que llegaremos hasta el final porque Él está en su Trono.
Como nuestro ejemplo, Él nos llama a atravesar el sufrimiento en la consideración del gozo que tenemos ante nosotros. Esta fue la motivación que impulsó su propia carrera, y esa debe ser también la nuestra (v.2b-4).
LA DISCIPLINA DEL PADRE
A seguir, las Escrituras afirman que en este recorrido contamos con la disciplina del Padre. Ella está operando en todo el transcurso de la vida cristiana. Y lo que haremos a seguir es derivar del texto algunas lecciones acerca de la disciplina del Padre a partir de los v.5-13.
SEIS PRINCIPIOS ACERCA DE LA DISCIPLINA DEL PADRE
- Todo verdadero creyente participa de Su disciplina. De modo que, ser ejercitado en ella, y perseverar bajo su trato, es evidencia de la fe v.7-8.
En efecto, el cristiano puede considerar las distintas formas de sufrimiento en su vida como parte de esta disciplina del Padre. Las diversas enfermedades, los planes frustrados, pérdidas inesperadas, las crisis relacionales, y aún la vejez y la muerte… entran en la disciplina del Padre.
El Salmo 73 nos habla de la crisis del hombre de Dios ante esta realidad.
En aquel salmo el salmista entrar en crisis al contrastar el trato de Dios con su pueblo y con los impíos. A su modo de ver, mientras los impíos podían seguir adelante en la búsqueda de sus deseos y placeres, el cristiano parecía estar constantemente asediado por su Padre… bajo su dura mano.
Aunque la crisis hizo con que el salmista distorsionase un poco la realidad, lo cierto es que no estaba equivocado. Mientras al hombre del mundo le es permitido correr tras sus deseos – como expresión del juicio divino –, el cristiano experimenta la disciplina de Dios que le impide establecer su bien último en nada que no sea Dios mismo. ¡Debe correr hacia Dios!
El deseo del Padre es que podamos experimentar y proclamar las siguientes palabras: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.” Salmos 73:25-26.
Decimos que una evidencia irrefutable de la verdadera fe es la experiencia de la disciplina del Padre (Él poda a los que dan fruto, para que den más…).
2. La disciplina es una expresión del amor paternal de Dios v.5-6. Debemos aprender a ver la disciplina como gracia que fluye de la cruz… no juicio. Aún en el ámbito humano la disciplina bien ejercitada es expresión de amor.
Todos sabemos que el verdadero amor disciplina. Pocas cosas hay que expresen con mayor claridad la indiferencia del corazón como la pasividad ante el pecado de nuestro prójimo… ¡mucho más si es un hijo!
Hablando con mis padres, me contaban como los hijos se sienten ninguneados si no hay disciplina… y hay niños que llegan a comportarse mal sencillamente porque quieren la atención de sus padres (…).
Con esto sólo quiero decir que la disciplina es expresión del amor del Padre.
Es porque Él nos ama que no permite que nuestro pecado termine por dominar nuestros miembros. No tengáis la menor sombra de duda de que, aparte de la disciplina del Padre, no tardaríamos en claudicar.
¡Considerad al apóstol Pablo! El Padre le tuvo que disciplinar, no tanto por sus pecados, sino por la gracia abundante que le había otorgado.
Sabiendo sobre su propensión al orgullo, el Padre le otorgó un aguijón para que viviese en la constante consideración de su debilidad, y de ese modo dependiese por completo de la gracia divina. ¡Cuánto amor!
3. La disciplina de Dios es superior a la disciplina humana v.9-11.
En tercer lugar, aprendemos que la disciplina de Dios es superior a la disciplina humana. Nos dice el autor inspirado que nuestros padres – en general – nos disciplinaros como bien pudieron hacerlo… y con los fines más nobles que tenían en mente (¡puedo dar testimonio de esa realidad!).
¡Debemos estar agradecidos!
Pero la disciplina de nuestros padres no podía ser perfecta. Es posible que a veces fueran excesivamente duros, otras puede que fuesen pasivos. También es posible que en ocasiones nos disciplinaran no tanto por nuestro bien, sino para que dejásemos de molestarles (todos sabemos que es así).
Lo cierto es que ninguna disciplina humana a la que estemos expuestos es perfecta. Padres, maestros, magistrados, iglesia… todos ellos pueden errar de un modo u otro en el ejercicio de la disciplina.
Pero la disciplina del Padre es superior. Él sabe infligir el castigo adecuado – la medida de dolor correcta – para conseguir el fin más excelente. Su disciplina produce nuestro más alto provecho/bien (v.10b).
Puede que Potifar errase en su juicio, pero Dios estaba haciendo en José algo mucho mayor. En esto puede descansar plenamente el cristiano.
4. La disciplina no es agradable en el momento v.11, 4.
En efecto, sabemos que estamos bajo la disciplina cuando hay una medida importante de dolor y dejamos de pensar que “la disciplina es buena”.
En ese momento, por regla general, lo único que sentimos es el azote del Padre… y eso duele. El autor es honesto al respecto (v.11, 4).
De modo que momentos de tristeza y dolor no son ajenos a la experiencia del creyente. La disciplina en el momento opera ese estado del alma.
¿No es eso lo que encontramos el tiempo entero en los salmos?
La Biblia está llena del lamento de los santos. En este sentido, decimos que el lamento – y no el escepticismo – es la respuesta cristiana al sufrimiento. Compartimos con el incrédulo nuestra perplejidad ante el sufrimiento, pero, como cristianos, tenemos un Padre al que acudir, ante quien llorar.
En palabras del salmista: “Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos.” Salmos 57:1.
5. La disciplina da buen fruto: somos partícipes de Su santidad v.10b-11.
La disciplina el Padre tiene múltiples beneficios:
- Previene la apostasía.
- Forja en nosotros un carácter aprobado.
- Nos hace útiles en el servicio a nuestro prójimo.
- Mueve nuestros corazones al Padre como nuestro mayor tesoro.
- Nos hace partícipes de Cristo.
Nuestros sufrimientos son tenidos como participaciones en las aflicciones de Cristo, de modo que también su poder – el poder de la resurrección – se perfeccione en nosotros. Y es que, como ya vimos en el ejemplo de Pablo, el poder de Jesucristo se perfecciona en nuestra debilidad (…).
6. La disciplina del Padre sana y consuela nuestros corazones (v.12-13).
Aquel que aprende a vivir con docilidad la disciplina del Padre encuentra consuelo y descanso a su corazón. Porque al final del día, lo que nos aflige no es la disciplina, sino el pecado. Menguado el pecado, la propia disciplina nos parece fácil y ligera. ¿No son estas las palabras de nuestro Señor?
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” Mateo 11:28-30.